Cartagena y su literatura

A Cartagena de Indias no le faltaron poetas que celebraron su nacimiento como Juan de Castellanos, que narra con detalle su  fundación, así como los asedios que padeció a raíz del asalto del corsario Francis Drake magistralmente descritos en estos versos:
«Llegados los piratas al paraje 
Que para su negocio convenía, 
Antes que diese Venus el mensaje 
De la venida deste triste día, 
Guiándose por el piloto saje 
En las tinieblas de la noche fría, 
Entraron con su tácito concierto, 
Sin que fuesen sentidos, en el puerto».
Y tuvo también poetas que cantaron sus miserias con un tono de ironía, mezcla de ternura y nostalgia, como Luis Carlos López, que la inmortaliza en su poema A mi ciudad nativa, donde la compara con los zapatos viejos, metáfora que la ciudad aceptó con humor, levantando en su memoria un monumento con un enorme par de zapatos desgastados en mármol. Con esta imagen el poeta posmodernista expresa el amor que le despierta la ciudad decadente y orgullosa de su glorioso pasado colonial.
Gabriel García Márquez vivió en la ciudad, donde trabajó como cronista y reportero en el periódico El Universal. De hecho, la convierte en el escenario de muchas de sus novelas como El general en su laberinto, El amor en los tiempos del cóleraDel amor y otros demonios y Crónica de una muerte anunciada, entre otras.
Germán Espinosa, uno de los más grandes narradores hispanoamericanos, explora su pasado, refiriéndonos el asedio padecido por la ciudad cuando el pirata Leclerq la sitió, en La tejedora de coronas. Esta hermosa novela resume el Siglo de las Luces como un viaje de ida y vuelta, síntesis de una historia común.
También podemos mencionar al narrador Roberto Burgos Cantor, que en Lo amador, se desplaza por las zonas marginales donde recoge los sueños y las aspiraciones de los humildes pobladores, boxeadores, trabajadores del puerto, sin los cuales el mapa de la ciudad quedaría incompleto.
No debemos olvidar al poeta tristemente suicida, Raúl Gómez Jattín, que en su poema Ombligo de la luna se funde con el paisaje ardiente de una ciudad acosada por las tormentas, acariciada por sus suaves brisas marinas, bañada de luz, llena de sensualidad y de deseo.

Fuente: Centro virtual Cervantes

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